Apuntes sobre el Hospital de Campaña de Avellanes – 4 –
José Pla Blanch
Abundando en el tema del trabajo publicado en el número anterior, a continuación se transcriben otros aspectos interesantes y anecdóticos procedentes de las “Memorias” -inéditas- escritas por el Coronel DEM, D. Antonio Ruiz Mostany (+22.11.2016) en aquella época destinado en el Estado Mayor de la División de Montaña “Urgel” nº42, y sin duda alguna, el mejor conocedor y cronista de la historia de la guarnición militar leridana a lo largo del siglo XX. El relato del ilustre militar leridano, aporta curiosos detalles al respecto:
“Estamos en plena canícula. Mes de julio leridano. Una expedición compuesta por dos camiones GMC, con cuarenta soldados de Sanidad Militar al mando de un teniente de la Escala Auxiliar, y dos sargentos, se dirigen al Convento de les Avellanes… El teniente, “barcelonés” y de Sanidad (milicia tranquila y poco campera) se ha vestido con el uniforme completo, guerrera, gorra, pantalón de montar, botas altas, correaje de doble trincha, pistola y guantes. El calor le sale por todo el cuerpo… Los soldados que componen la expedición tampoco son muy diestros en estos menesteres, pero debido al tiempo transcurrido desde el fallecimiento (unos 25 años) los cadáveres no son más que un montón de huesos. Finalizada la macabra tarea se cargan las cajas en los camiones y, sin dilación, se dirigen hacia Serós, en el bajo Segre, lugar donde, según su ayuntamiento, había un cementerio musulmán. A mediodía llegan a Serós. Aparcan los camiones en la plaza Mayor de la localidad entre la curiosidad de los vecinos, no solo por la presencia del convoy militar, (cosa siempre llamativa en un pueblo), sino por la extraña carga que se adivina entre los toldos de los vehículos.
El teniente se apea y rápidamente se dirige al ayuntamiento. Pregunta por el Secretario. Este no se encuentra allí. Lo buscan y lo encuentran. El teniente expone las causas de su presencia y pregunta dónde está el famoso cementerio. Al Secretario aquello le suena a música celestial. Nunca oyó hablar de semejante lugar y no tiene idea de donde está o estuvo, porque entre los serosenses jamás escuchó nada parecido. Aduce que él lleva poco tiempo en la Secretaría del Ayuntamiento y quizás el Alcalde sepa algo al respecto.
(…)
Por fin llega el Alcalde. El teniente le informa de su misión. El Alcalde jura y perjura que allí nunca hubo cementerio moro alguno y que él no recuerda haber contestado en forma afirmativa su existencia. Ante esta situación el pobre teniente se desespera. El calor cada vez aprieta más y verdaderamente el problema es gordo. Se encuentra en un pueblo desconocido con una carga de ataúdes y nadie sabe nada de un cementerio musulmán.
Como el revuelo en el pueblo es notable, los vecinos comentan el suceso. Alguien, de los más viejos del lugar, da una pista sobre el posible cementerio. El enterado de turno comenta haber escuchado varias leyendas según las cuales en lo alto de un cerro cercano al pueblo durante la guerra se dio sepultura a muchos moros fallecidos durante los combates acaecidos por allí. De esta información podía muy bien haber surgido el informe del Ayuntamiento al Gobierno Militar sobre la existencia real de un camposanto musulmán.
Al teniente se le hunde el mundo. ¿Qué hacer? El teléfono no es garantía y además las lí-neas no son seguras, ni rápidas (estamos en 1963 o 64). No queda más remedio que trasladarse a Lérida e informar de lo que está pasando al Gobierno Militar.
En aquella época, el Gobierno Militar y el Cuartel General de la División ocupábamos el edificio principal del Acuartelamiento de Gardeny. Era ya muy tarde, casi las dos. Yo estaba recogiendo mis papeles y preparando la marcha para mi casa, cuando me piden permiso para entrar en el despacho. Un teniente de Sanidad, sudoroso y desencajado se me presenta. Yo no tenía nada que ver con los asuntos del Gobierno Militar, pero resultaba que el teniente coronel encargado de esta dependencia, y el personal auxiliar de la misma, ya habían marchado.
Me explica el problema. Indago, de quien ha recibido la orden, etc. Resulta que es la 4ª Sección de Capitanía quien ha organizado el traslado.
Le digo. A ver si hay suerte. Cojo la Larga Distancia (teléfono preferente y de uso inmediato). Solicito de Telefónica, Capitanía. De inmediato se establece el contacto. Pido al telefonista que me ponga con la 4ª Sección de Estado Mayor. Hay suerte. El capitán Herrero está de Servicio y conoce el asunto. Le expongo el caso. Me dice que se ponga al teléfono el teniente. Le tranquiliza y le ordena volver hacia Serós. Mientras, el intentará hablar con el Alcalde para buscar una solución. Hablo con Herrero. Me dice que no me preocupe que el asunto queda en sus manos.
El teniente, ya más tranquilo, sale de mi despacho dándome mil veces gracias por haberle atendido y casi resuelto el problema. Mientras, el capitán Herrero habla con el Alcalde. Le hace ver que el problema nace de la información errónea facilitada por el Ayuntamiento. Por tanto hay que buscar una solución. Tras darle muchas vueltas la encuentran. Los soldados musulmanes serán enterrados junto a las tapias del cementerio municipal con las tumbas debidamente señalizadas. De dicho enterramiento se levantará acta que se remitirá a las Autoridades competentes para constancia.
De esta manera se hace, y se zanja un incidente fortuito, con tintes de tragicomedia y, al mismo tiempo, reflejo de cómo una mala información puede dar lugar a un problema tonto pero de solución compleja.
A posteriori, nunca más se supo de los moros y de sus tumbas. Seguramente el paso del tiempo y los cambios políticos habidos en España, y de manera especial todo lo referente a la Guerra Civil, nadie recuerde en Serós que allá, en su cementerio municipal, descansan su sueño eterno un grupo de hijos de Alá, los cuales fueron a dar con sus huesos, -nunca más exacta la expresión-, en aquel recóndito y extraño lugar para ellos”.
