LA A.E.S.V.M. A ORILLAS DEL ADRIÁTICO
(CRÓNICA DE LA ADUNATA 2022)
Invitados por la Associazione Nazionale Alpini, nuestra Asociación volvió a estar presente en la Adunata italiana, fiesta grande de sus tropas de montaña, tras dos años en que no pudo celebrarse a causa de la pandemia. Esta vez, la ciudad elegida fue Rímini, en la costa del Adriático, y también en la República de San Marino.
En esta ocasión, los asistentes fuimos dos aragoneses (Ángel Puértolas y Manuel Laiglesia), tres catalanes (Esteban Calzada, Fernando Barranco y el que escribe esta crónica, Manuel Parra), y un valenciano, nuestro Presidente, Carlos Aparicio, que se estrenaba en estas lides; formábamos, pues, una buena representación de la antigua Corona Aragonesa y de la unidad de España.
Jueves, día 5 de mayo
Temprano salimos hacia Bolonia los expedicionarios del aeropuerto de Zaragoza; allí, por transfer, en autopista repleta, hacia Rímini, donde iban a tener lugar los actos centrales de la Adunata de este año; en poco más de hora y media, nos encontramos alojados en el hotel asignado, que, aparte de un sospechoso color rosa en su fachada, reunía todas las comodidades y, por supuesto, la hospitalidad y simpatía italianas.
Un pequeño incidente médico de uno de los componentes del grupo obligó a dividir fuerzas: unos, al hospital, para la necesaria atención al compañero; otros, dispuestos a tomar un primer contacto con el ambiente alpino, que ya empezaba a notarse en la población. De hecho, este ambiente se localizaba en dos lugares de la ciudad, costa y centro histórico, distantes entre sí unos tres o cuatro kilómetros, que serían recorridos por nosotros en infinidad de ocasiones sin pestañear. El grupo libre de servicio -tranquilizados ya por las buenas noticias del otro- pudo conocer por anticipado los lugares donde iban a realizarse los actos del día siguiente y hacer así de guía a sus compañeros. Nos reencontramos, alegres, en las carpas instaladas para solaz, alimentación e hidratación de los alpinos; fueron llegando, además, las representaciones extranjeras (Alemania, Francia, Eslovenia, Suiza, Montenegro y Polonia), muchos de cuyos componentes eran viejos conocidos.

Viernes, día 6 de mayo
Se cumplieron las previsiones meteorológicas en cuanto a la lluvia, que no nos abandonaría hasta el domingo. A las nueve de la mañana, en la plaza Cavour, se inauguró oficialmente la Adunata, con el izado de la Bandera y el Himno de Italia, cantado por todos los asistentes y público. Desde ese lugar, en corto desfile, se celebró la Ofrenda a los Caídos en el monumento erigido en la plaza Ferrari. Luego, visitamos la Muestra de la I.F.M.S. y -de nuevo los kilómetros de rigor- la Ciudadela Militar. El olfato de Esteban nos llevó hasta la fritura de pescado de las carpas.
Resulta que los actos de la tarde comenzaban junto al Estadio Neli, en la parte histórica; nueva marcha, y a uña de caballo (o, como decían los antiguos romanos, magnibus itineribus); nos incorporamos al desfile una vez comenzado y rogamos porque ningún fotógrafo nos tomara instantáneas del apresurado montaje del guion de la A.E.S.V.M., que, a pesar de todo, se hizo rápido y bien. El acto consistía en el recibimiento de la Bandera de Guerra del Ejército italiano, pero, de nuevo en la plaza Cavour, bajo la lluvia, hubo que esperar una hora y pico, “amenizada”, eso sí, por un speaker de verbo florido y abundante. Llegó por fin la Bandera (mejor dicho, las banderas, porque este año se trataba de todas las unidades de las dos brigadas alpinas, Julia y Taurinense).
Al finalizar el solemne acto, nuestros amigos alpinos del Grupo de Testona, nos invitaron a cenar en su campamento, distante diez kilómetros de Rímini; iríamos en trolebús -abarrotado- y regresaríamos no sabemos cómo. Antes de la cena, en un sencillo pero emocionante momento, se impuso la Medalla de Bronce de nuestra Asociación al alpino Luciano Cagnin, antiguo Jefe de Grupo , en realidad, le había sido concedida dos años antes, pero la maldita pandemia obligó a retrasar la imposición solemne, que hizo ahora nuestro Presidente entre los aplausos de italianos y españoles.
Compartimos mesa, manteles y canciones (y, de este modo, este cronista pudo quitarse la espinita con la que venía dando la lata a sus compañeros). Amablemente, nuestros anfitriones nos devolvieron luego al hotel en vehículos particulares; claro que, en alguna ocasión del recorrido, recordamos aquella máxima del vive peligrosamente, por cuestiones de conducción.

Sábado, 7 de mayo
Los actos de la mañana iban a realizarse en la República de San Marino, distante unos 27 kilómetros de Rímini; nos llevaban en autocar, pero a costa de un madrugón de alivio; menos mal que la cortesía del hotel nos permitió desayunar antes. San Marino nos recibió con una densa niebla, que cuadraba muy bien con el ambiente medieval de sus calles y embellecía el agreste paisaje. Nos sorprendieron los pintorescos uniformes de época de las Fuerzas Armadas de esa República, pero su paso y su prestancia no dejaban de ser marciales.
Se realizó la Ofrenda a los Caídos, seguida -inevitablemente- de discursos; en este momento, cabe reconocer que, dada la edad de todos nosotros, hubo necesidad de practicar las habilidades españolas del escaqueo por turnos para localizar los aseos.
A la entrada de la Sala de Congresos Kursal, la bienvenida corrió a cargo de bellas señoras y señoritas, ataviadas al modo medieval, y de caballeros con armadura de la misma guisa; Manolo Laiglesia se empeñó en que lo filmaran del brazo de la más agraciada, con harta envidia de sus compañeros. Se llevó a cabo la tradicional recepción de la A.N.A. a las secciones alpinas del extranjero (Australia, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Argentina…) y a los componentes de las naciones representadas de la I.F.M.S. Lógicamente, hubo abundantes discursos (uno por cada autoridad presente, hasta un total de diez), que fueron sobradamente compensados con el generoso lunch que vino a continuación. Hay que decir que tampoco en esta ocasión Manuel Laiglesia se acercó a los platos de queso.
El autocar nos devolvió a Rímini. Nueva carrera (recordemos, más de tres kilómetros) hacia el Estadio Neli, pues la Misa estaba anunciada a las cuatro. Sorpresa: unos celosos vigilantes nos impidieron la entrada, pues el estadio ya estaba lleno. Igual ocurriría en el teatro de la localidad, con motivo de la recepción de las autoridades locales ofrecían a los alpinos; esta vez, el motivo fue la imposición de llevar las mascarillas modelo FP2 y no las corrientes. Los españoles tuvimos la suerte de asistir a una Eucaristía en una bella iglesia de traza renacentista; se leyó la “Plegaria del Alpino” y un coro de alpìnos entonó diversas canciones, finalizando con la de “Signore delle Cime”. Nos recogimos pronto, para reponernos del madrugón del día y tomar fuerzas para el del domingo.
Domingo, 8 de mayo
De nuevo, el hotel cumplió, adelantando la hora del desayuno. Hoy se celebraba la Gran Sfilata, presidida por el Ministro de Defensa de la República Italiana, acompañado por todas las autoridades de la región Emilia-Romagna, de la provincia y el municipio de Rímini y la República de San Marino.
Nueva marcha forzada hasta el lugar de reunión (ammassamento), a unos cinco kilómetros del hotel; en esta ocasión, llegamos puntualmente y ocupamos nuestro lugar entre las delegaciones de la IFMS, con las banderas nacionales de todas las naciones asistentes. Lucía un sol radiante, para compensar las jornadas de lluvia precedentes.
Comenzó el desfile. Las bandas de música no nos dejaban oír sus redobles; ayunos de tambor, hubo necesidad de cantarnos el paso, como si fuéramos reclutas, pero nuestra marcialidad y bizarría fue compensada por los aplausos de los espectadores, así como por los ¡bravi! Y los vivas a España a lo largo de todo el recorrido, que, como es lógico, nos emocionaron. También -todo hay que decirlo- con los repetidos saludos de los (y las) fans de Esteban, como estrella invitada entre los alpinos. Fernando cumplió con creces su tarea de reportero gráfico. No nos faltaron, como es tradicional, las fotografías con las enfermeras de la Cruz Roja.
Acabada nuestra participación, sin más compromisos oficiales, y trocado el uniforme de gala por el más cómodo de faena, quisimos apurar las últimas hora de estancia en Rímini con una comida relajada en las carpas y un café y copa de grappa en el Club Náutico, como señores que somos, previa gestión de Ángel, que competía con el Presidente en conocimiento del idioma local. Luego, se nos ocurrió a algunos volver a recorrer el centro histórico y, claro, el resto de los compañeros se solidarizó a regañadientes; incluso, subimos a una especie de barcaza para intentar un recorrido por el Adriático, pero, para sorpresa de los recalcitrantes a la caminata, se trataba solo de una lanzadera para cubrir apenas diez metros de canal.

Las aglomeraciones de los días anteriores habían menguado sobremanera. Visitamos el Fuerte de Malatesta y, algo añorantes, nos fuimos despidiendo de los lugares conocidos.
Empezó entonces una larga noche: hasta las 2,45 h. de la madrugada dormitamos (o no) en sillones del hotel; a esa hora, nos recogió el transfer para llevarlos al aeropuerto de Bolonia. Allí, el suplicio de las colas kilométricas para cumplimentar los protocolos de seguridad… Por fin, nos encontramos sentados en el avión que nos devolvía a Zaragoza, en cuyo aeropuerto un buen café con leche y un croissant sirvieron para el abrazo final y la dislocación de la actividad.
Quedaría incompleta esta crónica sin un lacónico y sentido agradecimiento por estas jornadas. En primer lugar, a la A.N.A. y, especialmente, a su representante en la I.F.M.S., Renato Cisilin, gran amigo de tantos encuentros; a los alpinos de Testona y, en general, a todos los alpinos italianos, que nos paraban frecuentemente en las calles de Rímini para ensalzar a España; a las autoridades de las localidades y a sus eficientes servicios, a los amigos de las representaciones extranjeras… La despedida unánime fue ¡hasta el Congreso en Jaca!
MANUEL PARRA CELAYA
Sección de Barcelona.