Navarra pirenaica: desde puerto de Larrau hasta el Irati
Si cualquier tiempo pasado fue mejor, supongo que convendrá detenerse de vez en cuando, y así poder echar la vista atrás. Disfrutar de los recuerdos acicalados que nunca jamás nos dejan. Reencontrarme con una parte del escenario de mi ayer profesional fue el argumento principal para acometer una preciosa marcha montañera.
La emprendí el domingo 17 de septiembre, entre el Puerto de Larrau, en la frontera de Navarra con Francia, hasta la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, en el bosque del Irati. Compartirla con otros compañeros de la Asociación de Veteranos de Montaña en su sección navarra, resultó magnifica. La montaña es hermosa, incluso en soledad, bien compartida es un lujo. Y hablo de tiempo atrás, porque la ocasión dio lugar a la remembranza y al responso en el memorial que, muy cercano al collado, honra a cuatros soldados de tropas de montaña fallecidos en acto de servicio en octubre de 1964, casi recién fundada la entonces Compañía de Esquiadores Escaladores de la División de Montaña Navarra. La extenuación, la humedad, el frío dio con sus vidas tratando de recuperar compañeros de aquella su unidad dispersa, que encontró de sopetón el invierno cuando transitaba al otoño. Maite dejó dos flores en la lápida. También algunas lágrimas a repartir, segura de que así amor y reconocimiento alcanzase a los cuatro. Y ellos, ya enraizados con las cumbres y los barrancos, nos entregaron en correspondencia un día espléndido en el que la luz lo definía todo. Arrancaba de entre el espacio los mil matices de nuestro Pirineo. Verdes distintos en altitudes distintas. Tonos variados en rasos, hayas y abetos. Y colándose por entre ellos, barrancos y riachuelillos ahora tenues, aguardando a imponerse tras las lluvias y el deshielo primaveral. Grandes diferencias de nivel, donde el monte Ori es soberano de las cumbres, configurando la vertiente occidental del puerto de Larrau. También, como no, velando el memorial de nuestros caídos. Rasos y pagos en las zonas altas, casi siempre enseñoreadas por vacas y yeguas alazanas, muy navarras ellas, siempre ausentes a cualquier paseante intrépido. Hayas y abetos, en cambio, como atrezo de laderas en los barrancos profundos. ¿Atractivo añadido de la estación?: los abundantes hongos que proliferan en las medias laderas, allá donde cualquier rayo de sol alumbre las oscuridades de los bosques profundos. La esperanza de un revuelto invitó, como no, a alguna que otra detención recolectadora.
Cinco horas de marcha total bastante bien definida, ligeramente descendente, con un buen tramo de pista forestal, antes de llegar al aparcamiento de las Casas del Irati. Ruta arrancada al mapa con destreza por Rafa y Ricardo, cuando a la cobertura no le cabe sino rendirse a los espacios infinitos; cuando algunas explotaciones madereras destrozan arroyos y senderos. Nuestro adiós pirenaico quedó revestido de un hasta siempre Señora, a quien es nuestra patrona montañera. Y lo que por mi parte nació como escarbar el ayer, es ya otro ayer más. Disfruten ahora ustedes de la magia de Navarra en su otoño. Es su turno, acérquense quienes puedan. Les aguardan miles de tonos pirenaicos; una paleta increíble de colores; un avispero de sensaciones de la naturaleza que revitaliza los sentidos. Cielos inmensos, muchas veces azules. Y como no, esa fusión espiritual de Nuestra Señora de las Nieves, mecida desde el collado por nuestros cuatro héroes, Soldados de Tropas de Montaña, que en su amor al servicio, en su entrega a los demás, no supieran morir de otra manera, a los que se honrará el próximo 24 de octubre con motivo de la conmemoracion del aniversario del triste suceso en el que perdieron sus vidas.
Enrique López de Turiso
Socio de la AESVM (Sección de Navarra)





Muy bonito texto, Enrique. Un abrazo!
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